viernes, 29 de agosto de 2014

EL DÍA QUE LAS BALAS FUSILARON A LAS PALABRAS

Nueva entrega sobre la Primera Guerra Mundial. El artículo sobre como ha sido tratada la guerra en algunas obras literarias. Por Daniel López-Serrano “Canichu”
 

"(...) Esta porra que ve aquí ha matado muchos hombres franceses, italianos, húngaros, ... Tengo la lista en mi casa.(...)". Así amenazó Cristobita al padre de su prometida en Los títeres de cachiporra, según lo escribió García Lorca en 1923. Cristobita era claramente un germanófilo español durante la Gran Guerra (1914-1918). Unamuno, Pío Baroja o Blasco Ibáñez fueron los que más en serio se lo tomaron. Escribieron reflexiones y relatos desde un país en paz que se beneficiaba de los negocios de guerra. Si la Guerra Mundial iba a suponer el paso del siglo XIX al XX, España aún tendría que esperar su calamidad.

Un checo que combatió por el Imperio Austrohúngaro, Jaroslav Hašek, escribió Las aventuras del buen soldado Svejk. En su obra podemos comprender perfectamente cómo el Imperio Austrohúngaro estaba totalmente enfermo y desunido socialmente, lo que explica su derrota y desaparición tras la guerra. Nos reiremos, la novela es una comedia. Se escribió de 1920 a 1923, pero la terminó otro escritor amigo suyo, Hašek murió joven. La Literatura nos da claves que la Historia científica roza.

Pero si queremos leer la realidad más cruda de la guerra, entonces el mejor reflejo de ella lo dio un subteniente inglés llamado Wilfred Owen. Una herida de mortero le llevó cerca de la muerte. Pasó un largo tiempo en un hospital militar. En este periodo escribió poemas en los que dio salida a todos los horrores de la guerra que le atormentaban. Son poemas claramente antibelicistas, pero en su día gozaron de un éxito instantáneo que hizo que le publicaran en varias revistas militares como si sus temáticas fueran para animar a las tropas. Su estilo es muy directo y descriptivo. Toda situación atroz que se pueda imaginar pasa por sus manos. Concreta en metáforas y pocas palabras toda una serie de imágenes, emociones y conceptos. Lamentablemente murió durante la última semana de guerra alcanzado de un disparo en la cabeza. 

Sin generosidad poética, ni ricos recursos literarios y con un estilo muy seco, pero muy efectivo, estarían los libros de los alemanes Remarque y Jünger, ambos combatientes. 

Erich Maria Remarque se llamaba Erich Paul Remark. Tenía ascendentes franceses y no sentía especialSin novedad en el frente. Es una descripción muy ajustada a las vivencias del soldado raso en las trincheras. Marca la guerra como algo ajeno al combatiente. Critica la formación en los cuarteles e incluso la falta de preparación en las escuelas para enfrentarse a la vida real. El libro no fue muy apreciado por los nazis en los años 1930. Fue acusado de descendiente de judíos. Se fue del país. 
aprecio al origen alemán de la guerra, de ahí el cambio de nombre. Escribió en 1929 la novela

Ernst Jünger fue voluntario al estallar la guerra. Sus vivencias las relató en forma de novela en Tempestades de acero (1920), Fuego y sangre (1925), El bosquecillo 125 (1925) y El estallido de la guerra de 1914 (1934). El primer libro citado trataba de sus propias experiencias bélicas. Ascendió por méritos y obtuvo varias medallas por héroe de guerra. Muchos de sus recuerdos describían al detalle los atroces efectos de bombas y balas sobre los cuerpos humanos. El libro fue escrito gracias a los diarios que escribió en combate, es su evolución personal y emocional. Algunos capítulos son repetitivos. A él le pareció que ensalzaba el belicismo y lo retocó en 1922 y en 1924 para hacerlo más humano. Abrazó el nacionalismo alemán, pero no al nazismo. Para dejarlo claro y para impedir que los nazis siguieran utilizando Tempestades de acero, volvió a cambiarlo en 1934. Pese a todo hizo la II Guerra Mundial del lado alemán como militar destinado en París. Volvió a retocar su libro en 1961 para dejarlo definitivamente con un toque antibelicista a través de pequeños giros de algunas frases clave en varios capítulos. 

Uno de los libros más famosos fue escrito en 1929 por Ernest Hemingway. Es Adiós a las armas. El libro tuvo hasta cuarenta y siete finales alternativos antes de que el autor se decantara por uno. El periodista americano estuvo presente en esta guerra como oficial y conductor de ambulancias de la Cruz Roja en el ejército italiano. En buena parte el libro cuenta con innumerables vivencias reales de su paso por la contienda, es difícil discernir qué pasajes corresponden a su vida real y cuáles son invención. En todo caso no es un libro de memorias, es una novela con una trama muy determinada. Su punto de vista es antibelicista desde la visión de un oficial miembro de la Cruz Roja militar, como él. Contiene un pasaje memorable dedicado a la retirada italiana ante el derrumbamiento del frente por un ataque austrohúngaro. La deshumanización ante la derrota alcanza en este libro unas cotas emocionales muy altas. Incluso predijo motivos para la próxima Gran Guerra.

Todos estos textos son relatos que desde la ficción fueron enriquecidos por las vivencias personales de sus autores. Son vitales para conocer emocionalmente la guerra. Después de ella, toda realidad romántica bélica murió en el mismo barro donde estos autores encontraron tibias colgando de jirones de carne. El siglo XX.

martes, 26 de agosto de 2014

MUJERES EN GUERRA

Cuarta entrega de los artículos relacionados con la Primera Guerra Mundial. La situación y papel de la mujer en la Guerra, por Laura Vicente Villanueva

Vivir y luchar, la misma cosa son…

Ese vivir y luchar, escrito para un himno sufragista por la feminista Cicely Hamilton, sintetiza la actitud con la que las mujeres afrontaron los cambios que propició la Iª Guerra Mundial en la condición femenina. Cuando se fundaron los movimientos sufragistas en el siglo XIX, la estructura patriarcal mostraba una figura monolítica sancionada por los siglos y con convicciones inamovibles: la certeza de la superioridad masculina y la natural subordinación de las mujeres. Gracias a la influencia de las feministas de finales del XIX y principios del XX, el sistema patriarcal empezó a resquebrajarse.
El año 1914 podría haber sido el de las mujeres, por la gran movilización feminista que se producía en aquellos momentos, pero fue el año de la guerra que colocó a cada sexo en su sitio. La contienda bélica separó radicalmente los sexos y marcó una tregua cuando las sufragistas abandonaron la lucha a favor del voto para dedicarse a la guerra. Sin duda alguna, las feministas, al igual que las clases populares, participaron de la fiebre nacionalista y suspendieron sus reivindicaciones para cumplir con sus deberes y dar pruebas de respetabilidad. Pero cuando en otoño de 1914 quedó claro que la guerra no sería breve, y que requería de sostén en la retaguardia y del concurso de las mujeres, no hubo dudas a la hora de movilizarlas.
El patriotismo rompió los compromisos de solidaridad internacional, apoyando de forma incondicional la guerra, excepto una minoría que luchó por impulsar la paz. Las pocas feministas pacifistas, que rechazaron abiertamente la guerra y desarrollaron un nexo entre feminismo y pacifismo, fueron acusadas de traidoras a la patria y ridiculizadas. Pese a ello, en 1915 apareció “La Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad”, y ese mismo año se celebró en La Haya el Congreso Internacional de Mujeres por la Paz. Estas heterodoxas feministas fueron vistas con desconfianza por las otras minorías pacifistas que, en general, rechazaron el vínculo entre guerra y virilidad, fueron hostigadas y censuradas por sus respectivos gobiernos y rechazadas por las grandes organizaciones feministas.
La Gran Guerra supuso para los combatientes una terrible experiencia y una masacre masiva. Las bajas militares fueron considerables: cerca de 9 millones de muertos. Un país como Serbia perdió la cuarta parte de sus movilizados; Francia, 1,3 millones de hombres (el 10 % de su población activa masculina y más del 3 % de su población); Alemania cerca del 3 %, con 1,8 millones de hombres, e Italia y el reino Unido, alrededor de 750.000 soldados cada uno. Se trataba en su mayoría de hombres jóvenes. Las mujeres en cambio accedieron al espacio y a las responsabilidades públicas y se produjo una inversión de los roles que pudieron valorar como positivo pese a la guerra.
El conflicto bélico constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes. Las trabajadoras fueron conscientes de sus capacidades y de su independencia económica, el trabajo relacionado con la guerra, sobre todo en las fábricas de armamento, fue un trabajo bien pagado: doblando los salarios tradicionales en los sectores considerados femeninos. Para las mujeres de capas medias y acomodadas la guerra fue un periodo de intensa dedicación que hizo peligrar los encasillamientos sociales, como la rigidez de la moda o la sociabilidad burguesa. Sabemos poco de la naturaleza íntima de la guerra, sí conocemos del incremento de las tasas de ilegitimidad filial durante el conflicto o de la posterior explosión de divorcios una vez finalizado éste. Se produjo un aumento del deseo, merced al nuevo erotismo contenido en las tarjetas postales, en la prensa o en espectáculos de revista que mostraban libremente el adulterio y otras formas de amar. 

La gran novedad fue que la mujer tuvo que vivir sola, salir sola y asumir las responsabilidades familiares sola, algo que siempre fue considerado imposible y peligroso. Las llamadas mujeres del excedente tuvieron que aprender a sobrevivir y asumir su soltería. La numérica imposibilidad de matrimonio fue, en realidad, una liberación y una plataforma de despegue social. El matrimonio aún era una vía de realización personal, pero el retrato de boda, que parecía ser la meta para todas las mujeres, se desvanece y es sustituido por otro tipo de sueños y aspiraciones. El sueño del poder político y de la independencia económica, la aspiración de asumir un cargo de responsabilidad, alcanzar metas profesionales y personales o poder hablar y expresarse en público, son ejemplos que parecían entonces una utopía.
A corto plazo la guerra introduce pocos cambios en la relación entre los sexos, asombra la resistencia social ante la modificación de los roles, la persistente voluntad para encasillar a las mujeres en funciones de “sustitutas” y auxiliares que se emplean en consonancia a su “naturaleza” inmutable. Pero este inmovilismo se ve cuestionado a largo plazo, importantes retrocesos entre los empleos domésticos y el hundimiento de los oficios de la costura y de la industria a domicilio, aumentando la proporción de mujeres asalariadas en la gran industria moderna. Crecen los empleos del sector terciario ocupados por mujeres: comercio, banca, servicios públicos y profesiones liberales. Se instauran derechos femeninos aunque no de manera generalizada y en todos los países. Por último, la conquista más visible y general parece llegar de la mano de la libertad de movimiento y de la actitud que la mujer aprendió en soledad y con el ejercicio de responsabilidades: libres de corsés, de vestidos largos y ajustados, de sombreros imposibles e incluso de la melena, el cuerpo femenino recupera el movimiento, practica deportes, baila siguiendo ritmos importados, toma la calle, explora una sexualidad propia y decide sobre su propia vida.
Estos fueron los comienzos de imparables conquistas, su resplandor se proyecta hasta nuestros días.

viernes, 22 de agosto de 2014

LA ENCRUCIJADA DEL MOVIMIENTO OBRERO ANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Tercera entrega sobre la Primera Guerra Mundial. El artículo de Julián Vadillo sobre el movimiento obrero ante la Gran Guerra.

Cuando en 1918 finalizó la Primera Guerra Mundial, el mapa europeo cambió radicalmente a aquel que había visto nacer el conflicto en 1914. Y algo parecido le sucedió al movimiento obrero que cuando finalizó la Guerra Mundial había cambiando sustancialmente su taxonomía.
            De cara a como el movimiento obrero analizó y actuó durante la guerra habría que distinguir  entre la actitud que mantuvieron los socialdemócratas y la que mantuvieron los anarquistas, que en esos momentos eran los movimientos obreros más importantes y organizados a nivel internacional.
            La posición de los socialistas antes la guerra nunca fue clara. Si bien desde sus medios emitían proclamas contra la guerra entre los pueblos habían disparidad de opiniones de como afrontar las campañas contra la guerra. Como ejemplos el socialismo español al estallar la guerra de Cuba salió con el lema ¡O todos, o ninguno!, queriendo denunciar que a la guerra solo iban los hijos de los trabajadores que no tenían suficiente capacidad económica para librarse. El Congreso de Copenhague de 1910 dejó muy clara las diferencias entre los socialistas franceses que tenía una importante influencia del sindicalismo revolucionario y optaban por la proclamación de la huelga general en caso de conflicto bélico, y los socialistas austriacos y alemanes que consideraban contraproducente esa opción ya que podían ser perseguidos en sus países por traidores. Esa división se fue acrecentado con el tiempo en el seno de los propios partidos.
            Las voces contra la guerra en Francia las alzaron socialistas como Jean Jaurès o sindicalistas revolucionarios como Alphonse Merrheim. La mentalidad antimilitarista de Merrheim le llevó a condenar las leyes que el gobierno de Millerand introdujo. El el Congreso de Marsella la posición quedó clara: “El congreso declara que es preciso, desde el punto de vista internacional, instruir a los trabajadores, a fin de que en caso  de guerra entre potencias, respondan a la declaración de guerra con una declaración de huelga general revolucionaria”.
            De esta misma opinión era el dirigente socialista Jean Jaurès que condenó la Guerra desde el principio y apoyaba la idea de una huelga general ante la misma. Sin embargo Jaurès fue asesinado el 31 de julio de 1914 por un fanático ultranacionalista, Raoul Villain, poniendo fin a una de las carreras más brillantes del socialismo internacional.
            La división del socialismo era tan evidente que mientras unos pedían la paz y la huelga general otros votaron los créditos de guerra en sus países, como los socialdemócratas alemanes y austriacos. Algunos como Jules Guesde formaron parte del gobierno de concentración nacional francés presidido por René Viviani. El socialismo italiano se dividió por las mismas circunstancias.
            El caso del anarquismo fue mucho más homogéneo. Su postura había quedado muy clara en los decenio anteriores así como en el Congreso de Ámsterdam de 1907. Salvo algunas excepciones como el caso de Kropotkin, Grave, Mella o Malato que apoyaron a los aliados en declaración expresa en el “Manifiesto de los 16”, la posición general y mayoritaria fue la de la condena a la guerra. Errico Malatesta tuvo intervenciones brillantes contra la guerra y en crítica a los libertarios que si apoyaron al bando aliado.

            Aunque España fue un país neutral durante la guerra, las consecuencias de la misma se dejaron sentir pues muchos empresarios españoles se beneficiaron de la venta de armas. Y el movimiento obrero dio su respuesta. Si los socialistas fueron aliadófilos, en propias palabras de Pablo Iglesias, la CNT y el movimiento libertario se opusieron en bloque a la guerra, considerándola un conflicto imperialista y capitalista.  Incluso en abril de 1915 se llegó a convocar un Congreso por la Paz en Ferrol, impulsado por los anarquistas, que fue prohibido por el gobierno.  Allí acudieron una buena parte los libertarios españoles, portugueses y de otras nacionalidades.
            Los beneficios económicos de los empresarios españoles llevaron a anarquistas y socialistas a oponerse a la política del gobierno español y a la convocatoria de una huelga general revolucionaria en agosto de 1917, cristalizando así el primer gran pacto entre la CNT y la UGT, las dos grandes centrales sindicales españolas.
            El final de la Guerra Mundial significó una fractura social en España y el inicio de un ciclo de conflictividad que llevó al movimiento obrero a las mayores cotas de movilización y a una dura represión por parte del gobierno.
            Lo quedó claro con el estallido de la Guerra fue que la II Internacional nacida en París en 1889 había quedado rota y herida de muerte. Los intentos de conciliación de las distintas posiciones del socialismo fueron inútiles. La reunión de la Oficina Socialista Internacional el 29 de julio de 1914 no hizo sino mostrar las divisiones.
            Ante esta división en la ciudad de Zimmerwald (Suiza) se reunieron una serie de socialistas y sindicalistas opuestos a la guerra. Allí las disputas fueron otras. O constituir una nueva internacional como proponía Lenin o intentar mantener la II Internacional vaciándola de los elementos “chovinistas”. Esta “II Internacional y media” vino a mostrar a un movimiento revolucionario ruso que ganaba influencia frente a otras posiciones. Lenin sacó la clara conclusión de que solo la revolución podía parar la guerra.
            El gran hito del movimiento obrero en aquellos años fue el estallido y triunfo de la Revolución rusa de 1917. El gobierno de los bolcheviques firmo la paz con Alemania en Brest-Litovsk perdiendo un tercio del territorio ruso y saliendo Rusia de la Guerra, que ya estaba inmersa en una guerra civil.
            Al finalizar la guerra el movimiento obrero estaba dividido entre una socialdemocracia que había apoyado el conflicto y que participó de la reconstrucción reformista de algunos países europeos, una parte de la izquierda socialista que paulatinamente fueron constituyendo los partidos comunistas y participaron de intentonas revolucionarias como en Alemania en 1918 o en Hungría en 1919 y un movimiento anarquista fuerte en España que participó junto a sus homólogos europeos en la reconstrucción de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

miércoles, 20 de agosto de 2014

La Segunda Guerra de los Treinta Años (1914-1945)

Segundo de los artículos publicados en el cuadernillo especial del periódico Diagonal sobre la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias del conflicto por Carlos José Márquez-Álvarez

La primera guerra general europea desde 1815 comenzó por los intereses de los ultraconservadores, término con el que agrupamos a unas clases dominantes que formaban latifundistas integrados en el sistema financiero internacional, que se reproducían socialmente por la herencia, y que tenían el dominio político en las sociedades europeas en 1914. La excepciones eran la clase dominante británica (formada por propietarios industriales) y la francesa (que competía por el dominio político con los demo-republicanos y los diversos socialismos). Pero ni Gran Bretaña ni Francia fueron el modelo de sistema político en Europa tras el ciclo revolucionario de 1848, sino las monarquías ultraconservadoras de Alemania, Austria-Hungría, y Rusia: un jefe de Estado tenía el poder ejecutivo y sin responsabilidad ante las instituciones legislativas (que en cualquier caso controlaban los ultraconservadores: monopolio de la cámara alta con derecho de veto sobre la baja cuyos miembros no se elegían por sufragio universal masculino en todos los estados europeos). Además, el jefe del Estado en tanto que comandante supremo usaba el ejército para mantener una paz sociopolítica asociada a la defensa de las jerarquías existentes, que se legitimaban por las iglesias regnícolas cristianas, y cuya constitución político-cultural era con clientes de los ultraconservadores y valores aristocráticos
Desde 1900 los ultraconservadores afrontaron una crisis potencial de su dominio. En la segunda mitad del siglo XIX los trabajadores fabriles aumentaron por la industrialización; las clases medias, por el incremento derivado de las necesidades administrativas. Ambos grupos sociales engrosaron los diversos socialismos, el demo-liberalismo y el demo-republicanismo, y los movimientos de liberación nacional. Para las monarquías ultraconservadoras, la crisis potencial amenazaba su existencia en tanto que supraestructuras políticas. Cuando un acto de terrorismo individual escaló diplomáticamente en una guerra general europea por la competencia imperialista, los ultraconservadores apoyaron a sus gobiernos para que la crisis potencial se superara por la movilización patriótica en una guerra internacional breve. 
Pero la guerra se prolongó tras el verano de 1914. La industrialización dio más potencia de fuego sin más movilidad a los ejércitos contendientes. En dos meses una guerra de movimientos se transformó en una guerra de posiciones, de desgaste y total. El impacto en las retaguardias e incluso en los frentes por las demandas humanas y materiales resultó en la extensión del cinismo político y del derrotismo. Cuando los movimientos de contestación a las monarquías ultraconservadoras los aprovecharon para disputar el dominio político comenzó el ciclo revolucionario de 1917, en el que una serie de conflictos civiles y de guerras de independencia se prolongó más allá de los armisticios paralelos de noviembre de 1918 y de los tratados de paz de París de 1919-1920 y hasta la Guerra Civil española.
Tras la Revolución Soviética el ciclo revolucionario de 1917 se caracterizó en un contexto de crisis económicas sucesivas por la polaridad política entre los ultraconservadores y los diversos socialismos. Estos se dividían en última instancia entre reformistas (aceptaban la propiedad privada pero sometida a su posible redistribución por el Estado) y revolucionarios (pretendían instituir la propiedad colectiva ya fuera justo tras la toma del poder político o en fases históricas sucesivas), pero ambos afirmaban el concepto ilustrado de modernización: realizar el interés objetivo universal por el desarrollo económico y la educación. 
Extinguido el sistema de monarquía ultraconservadora tras noviembre de 1918, en algunas sociedades europeas los ultraconservadores se aliaron con tránsfugas socialistas que proponían que la lucha de clases se superara por una movilización patriótica como la de 1914 y no por el establecimiento de un régimen de propiedad colectiva. Surgió una síntesis ideológica, el fascismo, que apelaba a las clases medias en riesgo de proletarización por las crisis económicas de posguerra con un concepto de modernización alternativo al ilustrado: realizar el interés subjetivo universal por la disolución de todos los intereses particulares en el interés del Estado. Hasta después de la Guerra Civil española la polarización política en Europa no fue entre el fascismo y el antifascismo. Este era una alianza entre los socialistas revolucionarios, los reformistas, y los demo-liberales o demo-republicanos (para los que el fascismo amenazaba la propiedad privada e incluso la cultura tradicional y las iglesias regnícolas en sentido similar a los socialismos pero de forma inmediata).
Los ultraconservadores no perdieron su poder político en toda Europa de forma definitiva hasta que hubo una nueva guerra general europea que a diferencia de la de 1914-1918 terminó con una derrota militar absoluta. Tras 1945 los partidos socialistas reformistas o revolucionarios accedieron al gobierno en el continente y aplicaron programas que se basaban en el concepto ilustrado de modernización. Fue la destrucción económica definitiva de los ultraconservadores. 
España fue la gran salvedad.

lunes, 18 de agosto de 2014

La Gran Guerra

Comenzamos una serie dedicada a la Primera Guerra Mundial, extrayendo los artículos publicados en el periódico Diagonal en su cuadernillo especial sobre el centenario del inicio este conflicto bélico.
Este primer artículo es el dedicado al contexto general de la Gran Guerra escrito por Iván Pascual Ocaña

En el verano de 1914 Europa era un polvorín a la espera de una excusa con la que saltar por los aires y arrastrar consigo al mundo entero. Las tensiones entre los estados eran de tal magnitud, que se podría afirmar que los disparos con los que Gavrilo Princip puso fin a la vida del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la Corona Austro-Húngara, nacía el sangriento siglo XX. Fue la chispa que provocó la Primera Guerra Mundial y que prendió la llama de la revolución rusa. El conflicto que encumbró a los EEUU como la gran potencia mundial y que marcó el declive europeo y la pérdida de sus imperios coloniales. El triunfo del nacionalismo y el nacimiento del fascismo en las trincheras. Una guerra que provocó 30 millones de víctimas entre muertos y heridos, así como la destrucción de cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el otomano y el ruso, y de cuyos escombros emergerían toda una serie de nuevos conflictos. Una guerra de una capacidad destructiva inimaginable tan solo unas décadas antes.

Cuesta creer que semejante conflicto pudiera surgir de una forma casi inesperada. Y es que pocos podían imaginar que el asesinato del Archiduque pudiera desembocar en una guerra mundial. Una guerra global que se combatiría por tierra, mar y aire. Desde los campos de Flandes a las llanuras polacas y de las selvas de Tanzania a los desiertos de Arabia. Y si inesperado fue su comienzo, su finalización fue casi igual de repentina, con el desmoronamiento por agotamiento de las potencias centrales.

Grandes eran las tensiones que corroían Europa. La rivalidad germano-francesa y el deseo de ésta de vengar la derrota de 1870. Las ansias expansionistas alemanas y su conversión en una potencia mundial, lo que era visto con temor por sus vecinos. El conflicto balcánico, donde tres grandes imperios se disputaban la influencia: el austro-húngaro, el ruso y el otomano. El deseo de Serbia de unir bajo su égida a los eslavos del sur, lo que entraba en colisión directa con Austria. La competencia colonial en África y Asia, continentes sometidos casi en su totalidad al dominio europeo. Un nacionalismo agresivo que infectaba a todos y cada uno de los estados europeos. Todo ello había ido provocando la formación de dos grandes bloques de poder. De un lado la Triple Alianza, formada por el imperio Austro-Húngaro, el Reich alemán e Italia. Del otro lado la Triple Entente, formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña, potencias hasta hacía poco rivales, unidas ahora ante la amenaza alemana. Este sistema en teoría garantizaba la paz en Europa, ya que entrar en conflicto con una de ellas, comportaba el riesgo de entrar en guerra con todas las demás.

Con el asesinato del Archiduque, Austria tenía la excusa para ajustarle las cuentas a Serbia. Sin embargo había miedo a la reacción rusa. Lo que parecía tan solo un nuevo conflicto local en los Balcanes dio un peligroso giro cuando Austria consiguió el apoyo incondicional del Kaiser alemán para una intervención contra Serbia. El peligroso juego de las alianzas se había puesto en marcha. A partir de ese momento todo se precipitó. Ultimátum de Viena a Belgrado, solicitud de ayuda de Serbia a Rusia. ¿La respuesta del Zar?: movilización general. A partir de ahí se entró en el punto de no retorno. Uno tras otro los estados europeos se fueron declarando la guerra. Para el 5 de agosto, la Triple Entente estaba en guerra con la Triple Alianza (con la excepción de Italia, que lo haría del lado aliado en 1915). Las masas, deslumbradas por el nacionalismo, se lanzaron entusiasmadas a una guerra que se preveía de corta duración.

Al iniciarse el conflicto, la situación de las potencias centrales era peor que la de los aliados. Escasas de materias primas y prácticamente rodeadas, su única salvación consistía en derrotar rápidamente a alguno de sus rivales y así romper el cerco. La elegida para recibir el primer golpe fue Francia, mediante un ataque relámpago a través de la neutral Bélgica. La jugada sin embargo salió mal. No solo no se derrotó a Francia, sino que además se ganaron al peor de los enemigos posibles: el Imperio Británico, con acceso prácticamente ilimitado a los recursos naturales y dotado con la marina más poderosa del mundo, con la que puso rápidamente en marcha un bloqueo marítimo con que ahogarlas económicamente. Con la entrada de los turcos en la guerra del lado de las potencias centrales, su situación estratégica mejoró ligeramente, pero esto no podía ocultar el hecho de que a pesar de que se contara con un nuevo aliado y a pesar de que se hubieran infligido dolorosas derrotas a rusos y franceses, la victoria en una guerra de desgaste era imposible. Por ello las potencias centrales tratarán de romper el dogal que se cernía sobre ellas, causando catastróficas derrotas a rusos y franceses, para forzarlas a firmar la paz. También minaron el dominio británico sobre su imperio, fomentando rebeliones internas (como la Yihad en los dominios musulmanes o el apoyo al movimiento independentista irlandés), además de tratar de ahogarla económicamente mediante la guerra submarina indiscriminada. Solo a principios de 1918 consiguieron romper el cerco mediante la firma del tratado de Brest-Litovsk con la Rusia soviética, nacida de la revolución de octubre. Pero la victoria en el este llegaba demasiado tarde, los imperios centrales estaban exhaustos y con claros síntomas de derrumbe. Además, la guerra submarina no solo no había conseguido asfixiar a Gran Bretaña, sino que había provocado la entrada en la guerra de otro enemigo aún más poderoso: los EEUU.


En cuanto a las estrategias aliadas durante la guerra, oscilaron entre la inglesa, más proclive a practicar una guerra de desgaste que provocara el colapso de Alemania, y la francesa y la rusa, mucho más agresiva y partidaria de encontrar una solución militar. La postura británica era comprensible, ya que se sentía segura gracias a su insularidad y al poder que le otorgaba poseer la mayor marina del mundo, que le permitía un acceso casi total a los recursos de su vasto imperio. Rusos y franceses por el contrario habían visto como el enemigo ocupaba amplias zonas de su territorio y veían amenazada su existencia, de ahí su mayor deseo de encontrar una solución militar. En la práctica se alternaron ambas posturas. Por un lado se fue minando la capacidad de resistencia alemana mediante el bloqueo económico. Y por otro se la sometió a continuos ataques con los que minar su capacidad militar: Batalla de Tannenberg, Yprès, Somme, Cambrai...
Rusia, corroída por sus continuos fracasos en el frente, se derrumbó, aupándose al poder los comunistas, los cuales se apresuraron a salir de la guerra. Con ese acto las potencias centrales rompieron por fin el cerco. Pero ya era demasiado tarde. Gracias al tremendo potencial americano la situación aliada seguía siendo muchísimo más favorable. Poco a poco fueron obligando a retroceder a los alemanes. Al final, unas potencias centrales agotadas y exhaustas, desmoralizadas y con el miedo siempre latente a la revolución, fueron solicitando una tras otra el armisticio, el cual se firmaría finalmente con Alemania el 11 de noviembre de 1918. La guerra más mortífera de la historia había terminado.


Este no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años”. Mariscal Ferdinand Foch.

Con estas palabras profetizaba el Mariscal la Segunda Guerra Mundial. En Versalles Alemania firmaba su sumisión económica y política. Millones de alemanes, y entre ellos un joven cabo austríaco, lo vieron como una afrenta y la prueba de que el mundo entero estaba en contra suya. Al fin y al cabo no habían sufrido grandes derrotas, los aliados no habían entrado en suelo patrio y en el este se había ganado la guerra. ¿Por qué entonces semejante trato? Muchas fueron las voces que se opusieron, pero al final no pudieron hacerse valer. El nacionalsocialismo, nacido en el fango de las trincheras, encontraría en un breve plazo, oídos bien dispuestos para su semilla de odio y revanchismo.

A partir de diciembre de 1918 los soldados empezaron a regresar a sus hogares, y entre ellos, hombres que el mundo no conocía aun: Rommel, Paulus, De Gaulle, Mussolini, Goering... y el más insignificante de ellos: Adolf Hitler. En poco tiempo el mundo empezaría a oir hablar de ellos.