domingo, 12 de julio de 2015

EL TRÁGICO FINAL DE UNA TRAGEDIA

Reseña del libro de Paul Preston El final de la Guerra Civil. La última puñalada a la República

El golpe de Estado contra la República del 17-18 de julio de 1936 fue la causa del estallido de la Guerra Civil. Casi tres años de batallas y combates que finalizó con la victoria de los golpistas y la imposición de una dictadura personificada en Francisco Franco que no tuvo piedad con los vencidos. Ese Golpe de Estado fue la causa primera de la Guerra Civil. La derrota de la República democrática se debió después a distintos factores unos con más peso que otros. 
            Analizar el final de la Guerra Civil, de las últimas semanas del conflicto, es acercarnos a alguno de esos otros factores. Quizá no el principal, pero si subsidiario y con suficiente peso como para merecer la atención de diversos historiadores.
    No hace muchas fechas el catedrático de historia contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid nos sorprendía con un interesante libro sobre este tema: Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado (Cátedra, Madrid, 2014). Un análisis el del profesor Bahamonde más centrado en los aspectos militares y en la figura de Segismundo Casado. También tendríamos que hacer mención aquí a la obra de Ángel Viñas y de Fernando Hernández Sánchez El desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2009). Ambos libros se editaron cumpliéndose aniversarios concretos. Por el 75 aniversario del final de la Guerra Civil el primero y por el 70 aniversario el segundo.
            Sin embargo, cuando parecía que las obras en liza marcaban casi a la perfección aquellos trágicos días finales de la Guerra Civil, Paul Preston nos sorprende con una magnífica obra que analiza pormenorizadamente aquellos últimos días. La obra de Preston recorre desde las figuras fundamentales de aquel proceso (Juan Negrín, Segismundo Casado, Julián Besteiro, Cipriano Mera, etc.), hasta el posicionamiento de las distintas organizaciones en el conflicto.
            Como buen conocedor de la realidad española del momento, Preston analiza los antecedentes que llevaron al final de la Guerra. Las fuertes disputas que se dieron en el seno del campo republicano marcaron la pauta de aquellas semanas finales. Igualmente esta obra se convierte en un estudio mucho más profundo al analizar no solo el conflicto que surgió en la capital de la España republicana sino en otras zonas leales.
            La obra de Preston tiene tres protagonistas claros. Por una parte Juan Negrín, presidente del gobierno de la Segunda República. Para Paul Preston víctima de una conjura en la que participan distintos intereses que confluyen en ideas comunes. Por otra parte Segismundo Casado. Militar leal a la República pero al mismo tiempo ambicioso y fuertemente anticomunista que pretendía acaparar un protagonismo que no le correspondía. Y por último Julián Besteiro, una de las figuras más importantes del socialismo español que apenas jugó ningún papel en la Guerra Civil y que se quería presentar como una especia de reconciliación de dos modelos de entender la vida completamente irreconciliables.
            El libro de Preston es riguroso y completo. Y no es sencillo por lo complejo del tema. El final de la Guerra Civil es un cúmulo de factores diversos que solo un investigador ducho en el tema puede tener en cuenta. Un mapa en el que recomponer las distintas piezas para comprender que lleva a cada grupo o a cada persona a apoyar determinadas medidas.
            El golpe que Casado da en Madrid el 5 de marzo de 1939 tuvo distintas motivaciones tanto para los que lo apoyaron como para los que se opusieron. Porque no es lo mismo la motivación de un militar como Casado, que se veía relegado de lo que él mismo quería representar, de un militar que pretendía pasar a la historia de España como quien trajo la paz en la Guerra Civil, que las pretensiones de un ya viejo Besteiro que se veía como un factor de reconciliación entre los sublevados y los leales. No es lo mismo tampoco el presidente Juan Negrín, que sí había planteado la posibilidad de una salida dialogada en la Guerra pero siempre salvaguardando la vida de los leales, que los dirigentes del Partido Comunista de España que tenían una posición de resistencia numantina en la que febrero de 1939 nadie ya creía. Tampoco fueron iguales las motivaciones que llevaron tanto a socialistas caballeristas como a una parte del anarcosindicalismo a apoyar el golpe de Casado teniendo en cuenta la gran cantidad de querellas internas que habían acumulado contra Negrín los primeros y contra los comunistas los segundos.
            Siguiendo el libro de Preston nos damos cuenta que Negrín, como los libertarios, como los comunistas y los socialistas caballeristas no esperaban nada de Franco y los sublevados. El caso de los anarquistas es complejo. Su apoyo a Casado se debe exclusivamente para desalojar del poder a los comunistas que en mayo de 1937 les había desalojado a ellos. Pero tenían claro que frente a Franco solo cabía la resistencia. Una resistencia en la que no creía absolutamente para nada Casado. Cuestión que comprobamos no solo en el libro de Preston sino en las propias memorias de Cipriano Mera, el albañil anarquista que había tomado el mando del IV Cuerpo del Ejército Popular de la República. El peso del anticomunismo en un sector importante del anarquismo era más que evidente.
            Por otra parte la definición de Besteiro como “ingenuo” por parte de Preston no puede ser más acertada. El histórico dirigente ugetista, que durante la Guerra Civil apenas tuvo importancia, creyó tener la llave para negociar con Franco. Esa ingenuidad que le llevó a quedarse en la capital con la entrada de las tropas franquistas y que le llevó ante un Consejo de Guerra y al presidio en Carmona falleciendo apenas un año después. Con él también se quedó Melchor Rodríguez, el “Ángel Rojo”, uno de los representantes del anarquismo humanista, que salvó la vida de muchas personas y que también fue a la cárcel tras la guerra.
            Pero los dos grandes protagonistas de aquellas jornadas fueron Casado por una parte y Negrín otra. Casado que a pesar de decir que pretendía una paz honrosa y salida pactada de la Guerra, pocas condiciones podía ofrecer a Franco en Burgos. Su famosa frase “La entrega se verificará en tales condiciones que no exista precedente en la historia y que será el asombro del mundo” era papel mojado teniendo en cuenta que Franco nada quería negociar ni pactar. Cuando las conversaciones de Gamonal fracasaron entre los emisarios de Casado (alguno de ellos integrante de la Quinta Columna) y los sublevados de Franco, los argumentos del coronel quedaron completamente anulados. Aquí estriba el punto de fricción entre Casado y su equipo de militares con los “casadistas”, esos apoyos circunstanciales de los que se dotó para que su golpe llegase a buen puerto. La idea de un “abrazo de Vergara” nunca se produjo.
            Juan Negrín, que había tomado el poder del ejecutivo tras la crisis de mayo de 1937 era partidario de una paz negociada desde 1938. Algo que no solo Preston platea sino también Gabriel Jackson planteó en su Juan Negrín. Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II República española (Crítica, Barcelona, 2008). Lo que el presidente del Gobierno no iba a tolerar es una rendición sin condiciones, que era la idea de Franco. Los puntos débiles de Negrín era el escaso apoyo que contó en el seno del Frente Popular, muy dividido ya a finales de 1938, la nula comprensión del presidente de la República, Manuel Azaña, y el abandono definitivo y tácito de Francia e Inglaterra cuando en febrero de 1939 reconocieron al gobierno de Franco.
            La obra de Preston no solo plantea las divergencias políticas entre los distintos grupos del Frente Popular que desembocó en el golpe de marzo de 1939. También narra de forma pormenoriza los enfrentamientos tanto de Cartagena como de Madrid. El primero, menos conocido para la historiografía, presentó un panorama caótico en aquellas jornadas. Por una parte unos grupos falangistas y franquistas que ven en el caos generalizado de la ciudad la oportunidad de hacerse con el control. Por otra las fuerzas leales al gobierno de Negrín. Y por último, algunos republicanos no conformes con el negrisnismo que se sublevan contra su propio gobierno pero que combaten a los franquistas. Un ejemplo de cómo la Quinta Columna estaba organizada en esta ciudad mediterránea.
            La posición en Madrid fue distinta. La Quinta Columna estaba al tanto de los movimientos que Casado iba a hacer y no interviene directamente. Alguno de los militares más cercanos a Casado, como José Centaño de la Paz, eran integrantes de la Quinta Columna. Otros como Manuel Matallana tenían posiciones ambigüas. El triunfo del golpe en Madrid no se debió a los militares tibios que Casado tenía a su alrededor, sino a las fuerzas de los “casadistas” que lograron vencer las unidades leales a Negrín y que mayoritariamente eran de mandos adscritos al Partido Comunista. El IV Cuerpo de Ejército de Cipriano Mera fue fundamental para ello.
            Tras la victoria de Casado vino por una parte la represión contra las fuerzas derrotadas. Y por otra el desencanto de aquellos que esperaban que con su acción las circunstancias hubiesen discurrido por otros derroteros. Todo ello, unido a unas negociaciones imposibles fracasadas, provocó el final de la Guerra y la entrada de Franco en Madrid.
            Una cosa que Preston deja clara es que la represión actuó contra todos. Si bien algún alto cargo de Casado se pudo ver beneficiado por su labor ambigua el destino de muchos de ellos fue el presidio, el paredón o el exilio. Incluso tibios como Matallana tuvieron un periodo de prisión y nunca más volvieron a estar en el Ejército. Hay que recordar que una de las obsesiones de Casado es que el bando vencedor respetase los grados militares del Ejército republicano. Nada de eso sucedió. Otros casos fueron más llamativos. Julián Besteiro fue detenido, juzgado y condenado (se llegó a pedir la pena de muerte) a 30 años de prisión. Falleció un año después, en 1940, enfermo en la cárcel de Carmona. Cipriano Mera logró alcanzar Orán. Pero con el inicio de la Guerra Mundial fue detenido y extraditado a España. Juzgado fue condenado a muerte y se le conmutó la pena. Salió de prisión y continuó su lucha contra Franco hasta que se vio obligado a salir exiliado, muriendo en París en octubre de 1975. Melchor Rodríguez también fue detenido y condenado. Penó en muchas prisiones y al salir se ganó la vida como vendedor de seguros, falleciendo en Madrid en 1972. Otros como Mauro Bajatierra son asesinados con la llegada de las tropas rebeldes a Madrid en marzo de 1939. O Feliciano Benito fusilado en Guadalajara en octubre de 1940. Esto demostró que haber sido “casadista” no libraba a nadie de nada.
            Casado si que logró huir. Se estableció en Inglaterra un tiempo y luego fue a Venezuela. Aunque Casado tuvo contacto durante algún tiempo con personalidades del exilio, su objetivo era volver a España. En 1961 regresó a España. Por la petición de una pensión fue investigado y procesado por su pasado republicano. Intentó congraciarse re-escribiendo su libro de memorias Así cayó Madrid. Tal como Preston nos muestra la versión que publicó en Londres en 1939 a la que editó en España en 1967 poco tenían que ver. Falleció en 1968.
            El libro de Preston es completo, muy bien documentado y que nos acerca un poco más a lo que fueron aquellos últimos días. Un magnífico y excelente compendio tanto de las luchas intestinas como de alguna de las personalidades que jugaron un papel fundamental en aquella historia. Solo una cosa se me queda corta en esta obra. Si bien el libro se centra mucho más en las figuras antagónicas de Casado y Negrín, las razones de fondo y de peso que llevaron a apoyar el golpe a fuerzas como la Agrupación Socialista de Madrid (de corte caballerista) y el Movimiento Libertario Español quedan en un segundo plano que sabe a poco. Pero quizá eso ya de por sí podría ser una nueva obra. Quizá una idea para que uno de los mejores historiadores del momento, como Paul Preston, nos vuelva a sorprender.

miércoles, 1 de julio de 2015

LA HISTORIA DE EUROPA VISTA POR UN INTELECTUAL

Hace unos meses uno de mis mejores amigos me regaló un libro (gracias Eduardo). Un libro que conocía pero que en ningún momento me convenció para poder leer. Se trataba de las memorias de Stefan Zweig. Llevan por título El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Acantilado, Barcelona, 2002. 546 págs.)
                Tengo que reconocer que conozco poco la obra de Zweig. Pero su libro de memorias  me ha resultado muy interesante. El estilo de Zweig es sencillo y cercano. Su pluma engancha a cualquier lector que le interese la historia mundial que gira entre el final del siglo XIX y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
            La historia hay muchas formas de estudiarla. Lo podemos hacer con grandes manuales escritos por los mejores historiadores. La podemos conocer a través de la documentación de primera mano, de los documentos generados en el periodo histórico que nos interese conocer. O la podemos conocer a través de la vida de algún personaje que ha vivido el momento. Unas memorias. Pero este género tiene muchos inconvenientes. Las memorias no dejan de ser, en la mayoría de las ocasiones, un instrumento de justificación de las acciones del personaje en cuestión. Lo vemos en la cantidad de memorias que han generado los conflictos bélicos. En el caso de la Guerra Civil es más que evidente. Aunque hay memorias mejores y peores, todas tienen ese punto en común. Y aunque Zweig también tiene un poco de eso, como es lógico, este libro de memorias tiene algo que he encontrado en pocos.
                Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942) nos lleva de la mano al cambio de un mundo. Como vienés había nacido en el seno del Imperio Austrohúngaro. Una estructura anquilosada que se mantuvo en esos momentos por las políticas de alianzas internacionales secretas ideadas por Bismarck. Pero la desaparición del Canciller de Hierro, la enorme conflictividad interior del propio imperio con nacionalidades en pujanza y una conflictividad social en avance merced al desarrollo de un incipiente movimiento obrero, hacía que el futuro del Imperio Austrohúngaro fuese su desintegración. El estallido de la Primera Guerra Mundial en julio-agosto de 1914 (el pasado año celebramos su centenario) fue la puntilla para ese imperio, que tras la Paz de París quedó desintegrado. Zweig nos muestra desde su visión como se produjo ese cambio. Como el mundo en que había crecido se desmoronó y surgió algo nuevo. La prueba que mejor marca ese cambio es el pasaje en el que autor habla en su regreso a Austria (ya República) como un tren se paró en la estación de un pueblo. Dentro del mismo, de pie junto a la ventanilla, estaba el último emperador austrohúngaro, Carlos I. El tren partió y con él la desintegración total del Imperio.
                Pero también Zweig nos muestra cómo era la Europa cultural del momento. Como se codeó con las grandes figuras. Como siempre estuvo más cercano a las posiciones de la izquierda política por encontrar ahí un espacio donde poder desarrollar su literatura. Pero Zweig no se integró en ningún partido. Aunque su simpatía iba hacia los socialistas no fue, por ejemplo, un escritor adscrito al comunismo, como fueron otros integrantes brillantes de su generación. La política para Zweig era colateral si bien no se mantenía independiente de ella.
                Son más de 500 páginas de un impresionante recorrido histórico, que finaliza para Zweig con su salida de Austria por el ascenso del nazismo. Su condición de judío le convertía en un proscrito por las leyes racistas de los nazis. Vio cómo cuando parecía que se volvía a establecer, que encontraba un hueco, nuevamente un cataclismo social le hacía romper vínculos con su tierra. Marchó a Inglaterra hasta que decidió partir a América, donde se suicidó en Brasil, junto a su esposa, en 1942.
                No quiero terminar este pequeño comentario sin reproducir los párrafos que Zweig le dedicó a España. En su huida en barco de Europa hizo escala en Vigo, cuando las tropas rebeldes de Franco ya controlaban la ciudad gallega. Así muestra Zweig la Guerra Civil española:
“En aquel verano de 1936 había estallado la Guerra Civil española, la cual, vista superficialmente, solo era una disensión interna en el seno de ese bello y trágico país, pero que, en realidad, era ya una maniobra preparada por las dos potencias ideológicas con vistas a su futuro choque. Había salido yo de Southampton en un barco inglés con la  idea de que el vapor evitaría la primera escala, en Vigo, para eludir la zona en conflicto. Sin embargo, y para mi sorpresa, entramos en ese puerto e incluso se nos permitió a los pasajeros bajar a tierra durante unas horas. Vigo se encontraba entonces en poder de los franquistas y lejos del escenario de la guerra propiamente dicha. No obstante en aquellas pocas horas pude ver cosas que me dieron motivos justificados para reflexiones abrumadoras. Delante del ayuntamiento, donde ondeaba la bandera de Franco, estaban de pie y formados en filas unos jóvenes, en su mayoría guiados por curas y vestidos con sus ropas campesinas, traídos seguramente de los pueblos vecinos. De momento no comprendí para qué los querían. ¿Eran obreros reclutados para un servicio de urgencia? ¿Eran parados a los que allí daban de comer? Pero al cabo de un cuarto de hora los vi salir del ayuntamiento completamente transformados. Llevaban uniformes nuevos y relucientes, fusiles y bayonetas; bajo la vigilancia de unos oficiales fueron cargados en automóviles completamente nuevos y relucientes y salieron como un rayo de la ciudad. Me estremecí. ¿Dónde lo había visto antes? ¡Primero en Italia y luego en Alemania! Tanto en un lugar como en otro habían aparecido de repente estos uniformes nuevos e inmaculados, los flamantes automóviles y las ametralladoras. Y una vez más me pregunté: ¿quién proporciona y paga esos uniformes nuevos? ¿Quién organiza a esos pobres jóvenes anémicos? ¿Quién les empuja a luchar contra el poder establecido, contra el parlamento elegido, contra los representantes legítimos de su propio pueblo? Yo sabía que el tesoro público estaba en manos del gobierno legítimo, como también los depósitos de armas. Por consiguiente, esas armas y esos automóviles tenían que haber sido suministrados desde el extranjero y sin duda había cruzado la frontera desde la vecina Portugal.”
                Termina Zweig concluyendo que el fascismo surge en los despachos y consorcios de grandes capitalistas con ambición de poder. Y que están detrás de las potencias fascistas, que como Alemania o Italia, apoyaron el golpe de militar de julio de 1936. Aunque establecer la causa de la Guerra Civil en el choque entre la Alemania nazi y la URSS es simplificar y no establecerse a la verdad, lo cierto es que Zweig da en blanco en el surgimiento y financiación del fascismo español que promovió el golpe contra la República y contra los avances revolucionarios de la España de la década de 1930.

                Un clarividente libro el de Zweig. Recomendable por la facilidad de lectura, por la cantidad de temas que aborda y por la lucidez de análisis que Zweig muestra a lo largo de todo el libro.