jueves, 25 de enero de 2018

Prólogo de José Luis Carretero al libro "Socialismo en el siglo XIX. Del pensamiento a la organización. Raíces, origen y desarrollo del laboratorio socialista antiestatal en el siglo XIX"

Cuelgo aquí el prólogo que José Luis Carretero Miramar ha publicado en la obra Socialismo en el siglo XIX. Del pensamiento a la organización. Raíces, origen y desarrollo del laboratorio socialista antiestatal del siglo XIX de Julián Vadillo Muñoz, publicado el pasado mes de diciembre de 2017 por Queimada ediciones.

¿Cuál es el impactante hilo rojo que une, a través de más un siglo, a los ludditas, los cartistas londinenses, Babeuf y su Conspiración de los Iguales y los famosos barbudos Karl Marx y Mijail Bakunin? ¿Qué vino después de la carcajada punzante de Rabelais, la bondad plenipotenciaria de William Godwin o la armónica vida natural de los falansterios?
                Julián Vadillo nos describe en este vibrante libro el nacimiento de un fantasma, el famoso viejo topo, uno de los fundamentales movimientos de masas de los últimos siglos: el socialismo, en todas sus vertientes. La base ideológica del movimiento obrero. El discurso esencial de todos los proyectos de transformación social que han marcado las últimas centurias.
                Desde la fascinación por los avances de la industria de los saint-simonianos, al gusto  por la destrucción creativa de los bakuninistas; del Auguste Blanqui, usuario impenitente de las cárceles monárquicas y conspirador vanguardista y violento, al Humanisferio de Jospeh Dejacque, que clamaba en sus primeras páginas: “Este libro no es una obra literaria, es una obra infernal, es el clamor de un esclavo rebelde”. Vadillo, tenaz, sabio y riguroso, nos enseña cómo todas las herejías confluyeron finalmente en este pálpito masivo por la liberación humana que aún se nos aparece en nuestras plazas de ensueños y de esperanzas.
            El socialismo, que hunde sus raíces en el pensamiento utópico del Renacimiento, en los “hombres peligrosos” de la Ilustración, y en esa gran conmoción social que representó la Revolución Francesa, pistoletazo de salida de la idea misma de transformación social a gran escala, de cambio acelerado de la vida cotidiana. Lo que Vadillo nos describe es el trayecto insomne de las utopías de Tomás Moro y los escritos de Campanella, pasando por las novelas subversivas de Diderot o las diatribas ateas de Helvetius, a las gloriosas jornadas del Paris insurrecto, donde hebertistas y babuvistas abrían la senda que, al poco tiempo, transitaría el movimiento obrero revolucionario.
            La utopía, la proclama y la insurrección, se dan cita en este libro, que nos dibuja con frescura y precisión la deriva que llevó desde las ruinas desgastadas del Antiguo Régimen a las banderas rojas ondeando sobre la Comuna de París, en 1871. Esa Comuna que fue, tanto para Marx como para Bakunin, el ejemplo más acabado de democracia obrera jamás convertido en realidad.
            Un libro, además, de mi amigo Julián Vadillo. Historiador riguroso, erudito sabio e inteligente, magnífico orador (recomiendo encarecidamente a los lectores que acudan a las presentaciones en vivo de este magnífico libro) que sabe escribir para quienes escribían sus biografiados: los explotados y oprimidos, los trabajadores, los militantes, los que, en definitiva, buscan y aún no han encontrado, una salida a las injusticias y los sufrimientos que el capitalismo no ha dejado de imponernos en los últimos siglos.
            Vadillo nos narra, también, la puesta en marcha de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la llamada Primera Internacional, donde se dieron cita proudhonianos, republicanos radicales, marxistas y bakuninistas, sindicalistas y obreros revolucionarios. Un intento frustrado por crear una gran organización transnacional del proletariado que permitiese construir un contrapoder efectivo al despliegue del naciente mercado mundial capitalista, así como impedir los vértigos geopolíticos que tantas veces han hundido los proyectos de transformación social anegándolos bajo el manto feroz del nacionalismo y la xenofobia.
            Una Internacional que acaba mal, pese a ser toda una promesa de futuro. El enfrentamiento fratricida entre marxistas y bakuninistas hará girar el futuro del socialismo hacia una historia de corrientes enfrentadas, de odios cainitas. Estos dos geniales y endiablados barbudos decimonónicos (Marx y Bakunin) marcarán para siempre con sus enormes personalidades el futuro del movimiento obrero, el largo trayecto de sus avances y retrocesos, de sus victorias y derrotas, así como de sus posibilidades y potencialidades. Su convulsa y vibrante búsqueda de nuevos horizontes de justicia social y libertad  para la especie humana.
            Esta es, pues,  la historia del nacimiento del socialismo, con un especial hincapié en su vertiente más maltratada en la historiografía: el socialismo antiautoritario y antiestatal. Pero, aunque algunos piensen otra cosa, hay algo que merece la pena dejar claro desde el principio: no es la historia de un cadáver, no es un simple rebuscar en el pasado sin intención ni pasión. El socialismo sigue ahí, aún traicionado en las siglas de partidos que ya no lo anhelan ni lo construyen, aún negado una y cien veces por los intelectuales orgánicos de un sistema profundamente autoritario y basado en la injusticia. El socialismo sigue ahí en las luchas obreras en curso en todo el mundo, en las nuevas utopías que se expanden desde proyectos de vida en común, de acción social sin intermediarios, de lucha de clases sin conciliación ni mediaciones. El socialismo se apunta aún tras la toma de fábricas recuperadas, la conformación de cooperativas honestas y coherentes (la nueva cosecha owenita), el sindicalismo autónomo y combativo, la ocupación de viviendas para la invención de nuevas formas de vida colectiva (tras el rastro, consciente o inconscientemente de fourieristas y cabetianos). El socialismo bien entendido es el sueño radiante de una humanidad que aún no ha dejado de buscarse a sí misma.
            El movimiento libertario puede, también, buscarse a sí mismo gracias a libros como este, que nos recuerdan que su génesis no está en la pulsión de la repetición o de la vuelta atrás, en las ideas reaccionarias del suelo o de la sangre, en la metafísica o en la superstición, sino en la voluntad absorbente y vital de quienes buscaban nuevos caminos, sendas inéditas, aún a riesgo de perderse entre riscos y montañas abruptas, donde la realidad se vuelve abrasadora y el mundo inhóspito para los que luchan y viven en plena insurgencia. “Se abrirán amplias avenidas”, decía Allende en su momento, “por las que transite el hombre nuevo”. Esa pulsión, precisamente: construir una forma de vida enteramente nueva, que deje atrás el horror y la injusticia del capitalismo, y la estrechez y angustia de las involuciones sociales, es la que late y palpita tras el proyecto libertario tal y como se gestó, en medio de convulsiones y luchas feroces. Abrir las amplias avenidas que permitan inventar desde el principio las nuevas formas de amarnos, trabajar y vivir en común.
            Los personajes de este libro, en su mayoría, pagaron también un alto precio por su insurgencia, por su voluntad subversiva. Esta es también una historia de cárceles, de represión, de exilios forzados, de sufrimientos. El alto precio que se paga por querer vivir más allá de lo que vive el rebaño a punto de ser trasquilado. Generaciones posteriores pagarían también un enorme tributo por ese sueño feroz de la fraternidad humana, por esa idea abrasadora de que todo puede cambiar de golpe. Y lo podemos cambiar nosotros. De que la servidumbre voluntaria no es el único camino, porque también existe la insurgencia consciente y la lucha por la justicia. Un tributo que hemos de agradecer quienes, gracias a ello, vivimos hoy en un mundo que aún no es plena distopía sino lucha abierta entre posibilidades.
            Porque este es un libro sobre gestos sublimes y grandes personajes. Hemos de recordar, con Michel Onfray y su “Política del rebelde” que:
            “Sublime es lo que supone el salto y el peligro, lo que apela a la fuerza y a la agilidad; que sublime es lo que pone en peligro y exige la sujeción de uno mismo; que sublimes son la vitalidad del artista y la dinámica de su inspiración, el torrente de la pasión y la potencia de lo que desequilibra, lo que hunde en el entusiasmo y se apodera de un cuerpo para transfigurarlo, para metamorfosearlo (…)Allí donde se prefiere las alturas a los valles, las cimas secas y abrasadoras a las húmedas anfractuosidades, allí está lo sublime. La acción, entonces, y las fuerzas que la hacen posible, es lo que da a esta mística de izquierda la potencia y la posibilidad de encarnarse en una forma libertaria.”
            La acción, pues. Ese vértigo que, desde los barrios y clubes del Paris insurrecto, marcó todo el siglo XIX y el XX en el crisol de un movimiento obrero que quería convertir en realidad los sueños y visiones de las familias más oscuras y prohibidas de los pensadores del Renacimiento y la Ilustración. Y, de fondo, tras el fragor de las generaciones de luchadores, tras sus tormentos y victorias, la carcajada de Rabelais. Para recordarnos que también existe el sentimiento de plenitud, la muy corporal descarga de la vitalidad humana cuando se siente libre.
            “Nada os debo, debéisme cuanto he escrito”, decía Machado. A Julián Vadillo le debemos este libro, que nos recuerda como la humanidad es capaz de alzar la mirada y luchar, en medio del lodazal.


            José Luis Carretero Miramar.

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